El 12 de Diciembre de 1799 se sintió algo resfriado. Ante la sugerencia de su secretario para que tomara algún medicamento, respondió con sorprendente ronquera: "Sabes que nunca tomo nada para el resfriado. Como ha venido se irá".
Pero, lejos de mejorar, el sábado se sintió febril, apenas podía hablar y respiraba con dificultad.
El doctor James Clark, que había servido junto a Washington en mil batallas y era el médico de la familia, decidió que el tratamiento más adecuado sería UNA SANGRÍA, que realizó el capataz de la granja, de reconocida habilidad en estos procedimientos.
Horas después la situación clínica empeoraba a pesar del tratamiento, por lo que el Clark indicó un nuevo preparado, con té y vinagre, para que el paciente hiciera gárgaras, y como no... OTRA SANGRÍA.
Alrededor de las once de la noche se encontraba casi agónico. Clark solicitó ayuda a los doctores Brown y Dick, y mientras esperaba a sus colegas REPITIÓ LA SANGRÍA, sin resultados positivos.
Se indicó una CUARTA SANGRÍA a las tres de la tarde del 14 de diciembre de 1799 que produjo devastadores efectos.
Eran las últimas horas de vida. Washington casi no podía respirar y la anemia producida por la salida masiva de sangre agravaba aún más la situación que desembocó penosamente en su fallecimiento a las diez y veinte, después de dieciséis horas de agonía.
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