El momento fue capturado por el fotógrafo Jean Manzon y las imágenes se publicaron en las revistas "Paris Match" y LIFE.
El último salto de Nijinsky
Narcisista, egocéntrico, tímido y poco comunicativo, el genio de la danza parecía vivir en un plano diferente al del resto de los mortales.
Creció rodeado de miedos y obsesiones. Temía que alguno de sus compañeros, durante las representaciones, dejara abierta (intencionadamente) una trampilla en el escenario.
Su última actuación, antes de sumergirse de lleno en el universo de la locura, la realizó en un hotel de St. Moritz, el 19 de enero de 1919. A partir de ese momento se sintió incapaz de salir al escenario y, cuando lo conseguía, tan solo podía dar algunos pasos antes de huir apresuradamente. Visitó hechiceros, brujos y charlatanes, incluso viajó a Lourdes donde lo rociaron con agua bendita, pero su mente cada día se alejaba más de la realidad.
Fue diagnosticado de esquizofrenia, y acudió a la consulta de eminentes psiquiatras como Freud. Probó todos los tratamientos de moda en aquella época incluido el electroshock y la nueva terapia del Dr. Manfred Sakel, conocida como la cura de Sakel o terapia de choque insulínico, con la que pareció mejorar momentáneamente.
Pasó los siguientes 30 años de su vida entrando y saliendo de clínicas psiquiátricas, en búsqueda de una curación que nunca llegó.
En 1939, en un último intento de devolverle a la vida, su esposa Romola invitó al coreógrafo y bailarín Serge Lifar al sanatorio para representar, frente a un Nijinsky ausente, la coreografía de una de sus obras más célebres que le ayudara a regresar.
Resultaba difícil llamar su atención. Lifar intenta captar su mirada y le pide que le acompañe en sus movimientos. De repente, Nijinsky, regresa a la vida y realiza su espectacular salto vertical. Se queda flotando en el aire por un tiempo haciendo un salto idéntico al que una vez le llevó a la fama. Después volvió a la oscuridad.
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