Esta mujer se llamaba Ilse Koch. Fue encarcelada por hacer lámparas de piel humana entre otras atrocidades.
No hay otra salida para mí, la muerte es la única liberación”, señaló Köhler, la “Bruja de Buchenwald”, al momento de su solitaria muerte en 1967.
Un singular y oscuro personaje de la Alemania nazi. Al igual que su colega Irma Grese, llamada “El Ángel de Auschwitz”, fue un personaje perteneciente a las “Guardianas Nazis”, una camada de varias mujeres que fueron reconocidas por la violencia con que sometían a los prisioneros judíos en los campos de concentración.
La misteriosa mujer, nacida en Dresde, durante 1906, donde estudió taquigrafía trabajó en aquella ciudad en 1922 para una fábrica y posteriormente pasó a ser dependiente en una librería. En aquel lugar, y entre los libros que leía, sumado a una Alemania deprimida después de la Primera Guerra Mundial y su cercanía a círculos nazis, construyó una verdadera leyenda.
Primero, dada su atractiva figura y personalidad, comenzó a tener romances con oficiales nazis ligados a la Waffen-SS. Ya, durante 1932, se afilió al Partido Nazi Alemán y dos años después se “enamoró” de Karl Otto Koch, un teniente 10 años mayor que ella, que estaba radicado en la zona por un tiempo acotado. Fue su oportunidad, se casó con él en 1937 cuando ya había ingresado a la elite de la SS y tuvo dos hijos con él.
De ahí en adelante, y mientras su marido crecía en el aparataje nazi, la mujer acrecentaría su leyenda en base a torturas, abusos y muertes.
Su vida en campos de concentración nazi y el juicio final
En el campo de concentración Buchenwald, la mujer abusó del poder que le proporcionaba ser la señora del director de aquella prisión. Su marido le permitía torturar a los prisioneros, además de utilizarlos para apaciguar sus incontenibles apetitos sexuales en orgías con su marido y otros matrimonios de oficiales.
También gozaba de observar a los prisioneros desnudos, junto con escoger a los que tuvieran tatuajes de su gusto para asesinarlos y sacar su piel con el fin de crear billeteras, bolsos, carteras, pantallas para lámparas, tapas de libros y cuadernos además de pulgares momificados como interruptores. Dichos “adminículos” los regalaba a otras esposas de oficiales e incluso los hacían llegar a Berlín con el fin de agasajar a autoridades de mayor rango.
“Era una mujer muy hermosa de largos y rojos cabellos, pero con la suficiente sangre fría como para disparar a cualquier preso en cualquier momento. Tenía en mente fabricar una pequeña lámpara de piel humana, y un día en el ‘Appellplatz’ se nos ordenó a todos desnudarnos hasta la cintura. Los que tenían tatuajes interesantes fueron llevados ante ella, para escoger los que le gustaban. Esos presos murieron y con sus pieles se hicieron lámparas para ella. También utilizaron pulgares momificados como interruptores”, relata Kurt Glass, jardinero preso de los Koch y testigo en los juicios de Dachau de 1947.
En tanto, torturaba con latigazos a los prisioneros que no le saludaran o que la miraran en exceso. Dependía, según testigos, de su estado de ánimo además de los paseos a caballo. Posteriormente, tuvo dos amantes, un doctor y un comandante del campo. Asimismo, mandó a construir, con fondos del campo, un “picadero” en su propia casa donde torturaba y asesinaba a sus víctimas junto con llevar a cabo excesos sexuales.
Un singular y oscuro personaje de la Alemania nazi. Al igual que su colega Irma Grese, llamada “El Ángel de auschwitz”, fue un personaje perteneciente a las “Guardianas Nazis”, una camada de varias mujeres que fueron reconocidas por la violencia con que sometían a los prisioneros judíos en los campos de concentración.
La misteriosa mujer, nacida en Dresde, durante 1906, donde estudió taquigrafía trabajó en aquella ciudad en 1922 para una fábrica y posteriormente pasó a ser dependiente en una librería. En aquel lugar, y entre los libros que leía, sumado a una Alemania deprimida después de la Primera Guerra Mundial y su cercanía a círculos nazis, construyó una verdadera leyenda.
Primero, dada su atractiva figura y personalidad, comenzó a tener romances con oficiales nazis ligados a la Waffen-SS. Ya, durante 1932, se afilió al Partido Nazi Alemán y dos años después se “enamoró” de Karl Otto Koch, un teniente 10 años mayor que ella, que estaba radicado en la zona por un tiempo acotado. Fue su oportunidad, se casó con él en 1937 cuando ya había ingresado a la elite de la SS y tuvo dos hijos con él.
De ahí en adelante, y mientras su marido crecía en el aparataje nazi, la mujer acrecentaría su leyenda en base a torturas, abusos y muertes.
Su vida en campos de concentración nazi y el juicio final
En el campo de concentración Buchenwald, la mujer abusó del poder que le proporcionaba ser la señora del director de aquella prisión. Su marido le permitía torturar a los prisioneros, además de utilizarlos para apaciguar sus incontenibles apetitos sexuales en orgías con su marido y otros matrimonios de oficiales.
También gozaba de observar a los prisioneros desnudos, junto con escoger a los que tuvieran tatuajes de su gusto para asesinarlos y sacar su piel con el fin de crear billeteras, bolsos, carteras, pantallas para lámparas, tapas de libros y cuadernos además de pulgares momificados como interruptores. Dichos “adminículos” los regalaba a otras esposas de oficiales e incluso los hacían llegar a Berlín con el fin de agasajar a autoridades de mayor rango.
“Era una mujer muy hermosa de largos y rojos cabellos, pero con la suficiente sangre fría como para disparar a cualquier preso en cualquier momento. Tenía en mente fabricar una pequeña lámpara de piel humana, y un día en el ‘Appellplatz’ se nos ordenó a todos desnudarnos hasta la cintura. Los que tenían tatuajes interesantes fueron llevados ante ella, para escoger los que le gustaban. Esos presos murieron y con sus pieles se hicieron lámparas para ella. También utilizaron pulgares momificados como interruptores”, relata Kurt Glass, jardinero preso de los Koch y testigo en los juicios de Dachau de 1947.
En tanto, torturaba con latigazos a los prisioneros que no le saludaran o que la miraran en exceso. Dependía, según testigos, de su estado de ánimo además de los paseos a caballo. Posteriormente, tuvo dos amantes, un doctor y un comandante del campo. Asimismo, mandó a construir, con fondos del campo, un “picadero” en su propia casa donde torturaba y asesinaba a sus víctimas junto con llevar a cabo excesos sexuales.
Mientras, su marido, se encargaba de administrar los fondos del campo de concentración, para comprar lo que ella deseaba. Ambos eran cómplices en las torturas, orgías y el robo de fondos públicos. Finalmente, el coronel Karl Otto Koch fue denunciado por otros eslabones del régimen nazi en relación a que había sustraído, más de 100.000 marcos de la época, a costa del campo, con el objetivo de complacer a su amada mujer.
Himmler, líder de las SS, lo protegió lo que más pudo. No obstante, tuvo que ser degradado y trasladado a otra región de Alemania con el fin de cumplir labores administrativas. De ahí en adelante, la vida de la de “la bruja de Buchenwald” fue en decadencia, mientras su marido fue ejecutado por los propios nazis en el mismo campo que dirigió en abril de 1945. Ella, con el fin de la gran guerra, fue enjuiciada y estuvo en prisión hasta 1967, cuando se suicidio dejando una carta a un tercer hijo el cual nunca supo quien fue su padre.
“Yo nunca consideré la posibilidad de ser llevada a juicio, porque nunca hice ninguna de las cosas que se han presentado en mi contra”, dijo Ilse Koch, durante su primer juicio en 1947, según consignó revista Life ese mismo año.
No hay otra salida para mí, la muerte es la única liberación”, señaló Köhler, la “Bruja de Buchenwald”, al momento de su solitaria muerte en 1967.
La misteriosa mujer, nacida en Dresde, durante 1906, donde estudió taquigrafía trabajó en aquella ciudad en 1922 para una fábrica y posteriormente pasó a ser dependiente en una librería. En aquel lugar, y entre los libros que leía, sumado a una Alemania deprimida después de la Primera Guerra Mundial y su cercanía a círculos nazis, construyó una verdadera leyenda.
Primero, dada su atractiva figura y personalidad, comenzó a tener romances con oficiales nazis ligados a la Waffen-SS. Ya, durante 1932, se afilió al Partido Nazi Alemán y dos años después se “enamoró” de Karl Otto Koch, un teniente 10 años mayor que ella, que estaba radicado en la zona por un tiempo acotado. Fue su oportunidad, se casó con él en 1937 cuando ya había ingresado a la elite de la SS y tuvo dos hijos con él.
De ahí en adelante, y mientras su marido crecía en el aparataje nazi, la mujer acrecentaría su leyenda en base a torturas, abusos y muertes.
Su vida en campos de concentración nazi y el juicio final
En el campo de concentración Buchenwald, la mujer abusó del poder que le proporcionaba ser la señora del director de aquella prisión. Su marido le permitía torturar a los prisioneros, además de utilizarlos para apaciguar sus incontenibles apetitos sexuales en orgías con su marido y otros matrimonios de oficiales.
También gozaba de observar a los prisioneros desnudos, junto con escoger a los que tuvieran tatuajes de su gusto para asesinarlos y sacar su piel con el fin de crear billeteras, bolsos, carteras, pantallas para lámparas, tapas de libros y cuadernos además de pulgares momificados como interruptores. Dichos “adminículos” los regalaba a otras esposas de oficiales e incluso los hacían llegar a Berlín con el fin de agasajar a autoridades de mayor rango.
“Era una mujer muy hermosa de largos y rojos cabellos, pero con la suficiente sangre fría como para disparar a cualquier preso en cualquier momento. Tenía en mente fabricar una pequeña lámpara de piel humana, y un día en el ‘Appellplatz’ se nos ordenó a todos desnudarnos hasta la cintura. Los que tenían tatuajes interesantes fueron llevados ante ella, para escoger los que le gustaban. Esos presos murieron y con sus pieles se hicieron lámparas para ella. También utilizaron pulgares momificados como interruptores”, relata Kurt Glass, jardinero preso de los Koch y testigo en los juicios de Dachau de 1947.
En tanto, torturaba con latigazos a los prisioneros que no le saludaran o que la miraran en exceso. Dependía, según testigos, de su estado de ánimo además de los paseos a caballo. Posteriormente, tuvo dos amantes, un doctor y un comandante del campo. Asimismo, mandó a construir, con fondos del campo, un “picadero” en su propia casa donde torturaba y asesinaba a sus víctimas junto con llevar a cabo excesos sexuales.
Un singular y oscuro personaje de la Alemania nazi. Al igual que su colega Irma Grese, llamada “El Ángel de auschwitz”, fue un personaje perteneciente a las “Guardianas Nazis”, una camada de varias mujeres que fueron reconocidas por la violencia con que sometían a los prisioneros judíos en los campos de concentración.
La misteriosa mujer, nacida en Dresde, durante 1906, donde estudió taquigrafía trabajó en aquella ciudad en 1922 para una fábrica y posteriormente pasó a ser dependiente en una librería. En aquel lugar, y entre los libros que leía, sumado a una Alemania deprimida después de la Primera Guerra Mundial y su cercanía a círculos nazis, construyó una verdadera leyenda.
Primero, dada su atractiva figura y personalidad, comenzó a tener romances con oficiales nazis ligados a la Waffen-SS. Ya, durante 1932, se afilió al Partido Nazi Alemán y dos años después se “enamoró” de Karl Otto Koch, un teniente 10 años mayor que ella, que estaba radicado en la zona por un tiempo acotado. Fue su oportunidad, se casó con él en 1937 cuando ya había ingresado a la elite de la SS y tuvo dos hijos con él.
De ahí en adelante, y mientras su marido crecía en el aparataje nazi, la mujer acrecentaría su leyenda en base a torturas, abusos y muertes.
Su vida en campos de concentración nazi y el juicio final
En el campo de concentración Buchenwald, la mujer abusó del poder que le proporcionaba ser la señora del director de aquella prisión. Su marido le permitía torturar a los prisioneros, además de utilizarlos para apaciguar sus incontenibles apetitos sexuales en orgías con su marido y otros matrimonios de oficiales.
También gozaba de observar a los prisioneros desnudos, junto con escoger a los que tuvieran tatuajes de su gusto para asesinarlos y sacar su piel con el fin de crear billeteras, bolsos, carteras, pantallas para lámparas, tapas de libros y cuadernos además de pulgares momificados como interruptores. Dichos “adminículos” los regalaba a otras esposas de oficiales e incluso los hacían llegar a Berlín con el fin de agasajar a autoridades de mayor rango.
“Era una mujer muy hermosa de largos y rojos cabellos, pero con la suficiente sangre fría como para disparar a cualquier preso en cualquier momento. Tenía en mente fabricar una pequeña lámpara de piel humana, y un día en el ‘Appellplatz’ se nos ordenó a todos desnudarnos hasta la cintura. Los que tenían tatuajes interesantes fueron llevados ante ella, para escoger los que le gustaban. Esos presos murieron y con sus pieles se hicieron lámparas para ella. También utilizaron pulgares momificados como interruptores”, relata Kurt Glass, jardinero preso de los Koch y testigo en los juicios de Dachau de 1947.
En tanto, torturaba con latigazos a los prisioneros que no le saludaran o que la miraran en exceso. Dependía, según testigos, de su estado de ánimo además de los paseos a caballo. Posteriormente, tuvo dos amantes, un doctor y un comandante del campo. Asimismo, mandó a construir, con fondos del campo, un “picadero” en su propia casa donde torturaba y asesinaba a sus víctimas junto con llevar a cabo excesos sexuales.
Mientras, su marido, se encargaba de administrar los fondos del campo de concentración, para comprar lo que ella deseaba. Ambos eran cómplices en las torturas, orgías y el robo de fondos públicos. Finalmente, el coronel Karl Otto Koch fue denunciado por otros eslabones del régimen nazi en relación a que había sustraído, más de 100.000 marcos de la época, a costa del campo, con el objetivo de complacer a su amada mujer.
Himmler, líder de las SS, lo protegió lo que más pudo. No obstante, tuvo que ser degradado y trasladado a otra región de Alemania con el fin de cumplir labores administrativas. De ahí en adelante, la vida de la de “la bruja de Buchenwald” fue en decadencia, mientras su marido fue ejecutado por los propios nazis en el mismo campo que dirigió en abril de 1945. Ella, con el fin de la gran guerra, fue enjuiciada y estuvo en prisión hasta 1967, cuando se suicidio dejando una carta a un tercer hijo el cual nunca supo quien fue su padre.
“Yo nunca consideré la posibilidad de ser llevada a juicio, porque nunca hice ninguna de las cosas que se han presentado en mi contra”, dijo Ilse Koch, durante su primer juicio en 1947, según consignó revista Life ese mismo año.